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3900 A.C - 2600 A.C
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Muchos estudios afirman que hace más de 3500 años, los hombres con altos recursos practicaban complejos ritos funerarios. Los primeros vestigios de estos ritos para el difunto, se presentaron por los sumerios en la baja Mesopotamia.
Esta ciudad se menciona en la Biblia y se comenta que sería el lugar de nacimiento de Abraham y el emplazamiento de Ur. Tal lugar está ubicado cerca del Éufrates, es allí de donde podemos llegar a rescatar muchos detalles acerca a los ritos funerarios que se realizaban gracias a la conservación de las tumbas, sobre todo aquellas que pertenecen a la realeza.
3150 A.C - 31 A.C
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La muerte y las ceremonias que la rodean son el momento privilegiado para la aparición de las “imágenes habitadas”; imágenes que, en el contexto de un ritual dado, se convierten en espacios capaces de albergar la presencia del individuo fallecido. En el antiguo Egipto, donde la muerte ocupaba un lugar central dentro de su sistema creencias –o, al menos, es una de las partes más destacadas que nos ha llegado–, se pueden localizar ejemplos de gran elocuencia a través de los cuales comprobar este funcionamiento simbólico de la imagen. El cuerpo muerto, inerte, era la frontera entre el mundo de los vivos y el de los muertos, y, también, era uno de los vehículos con el que se debía cruzar el mágico umbral. El muerto, cuando abandonaba el cadáver, podía disponer de numerosos recursos que le permitían moverse a lo largo de las múltiples pruebas que le aguardaban. También podía entrar en contacto con los vivos por medio de recursos como los sueños o las imágenes que le servirían de morada para su ba o akh. En el sortilegio 65 del Libro de los muertos se puede leer: “He salido en la forma de un akh viviente a quien la gente común en la tierra adora. Ese akh viviente, que podía habitar en las estatuas que acompañaban al muerto en su tumba, era sólo una de las manifestaciones espirituales que poseían los egipcios. En la tradición cristiana normalmente se recurre al alma o al espíritu para aludir a la forma etérea que se contrapone al cuerpo físico; por el contrario, los antiguos egipcios disponían de un sistema de manifestaciones post mortem mucho más complejo.Veamos rápidamente algunas de sus características generales no tanto para ahondar en la compleja religión egipcia, sobre lo cual existe una abundantísima bibliografía, sino para ver cómo, desde las religiones más antiguas, el uso de imágenes habitadas (cargadas de presencias) en contextos mortuorios resulta de lo más común y se acompaña de un ceremonial extraordinariamente complejo. Aunque nos pueda resultar sorprendente, en realidad (parafraseando a Latour), “nunca fuimos modernos” con relación a las imágenes y, aún hoy, perpetuamos usos y prácticas que presentan conexiones inesperadas con los usos del pasado, por lejano que nos parezca. En Egipto estaba ampliamente extendida la idea de que las imágenes podían estar habitadas por los dioses o por otras instancias supraterrenales. El ejemplo más claro lo encontramos en el ritual de apertura de la boca. Se trata de un ritual muy antiguo que en sus inicios estaba dedicado a la animación o vivificación de la estatua mortuoria, pero después fue extendiéndose su uso a todo tipo de objetos desde las ofrendas hasta los propios templo.
2600 A. C - 2000 D.C
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Las tumbas de Mesopotamia
22/4/2019
Las Tumbas Reales de Ur es un sitio de entierro sumerio de 4,800 años de antigüedad, con alrededor de 2,000 tumbas ubicadas en la antigua ciudad de Ur en el sur de Mesopotamia (en el sur de la actual Irak). Dieciséis de las tumbas fueron designadas como "reales" debido a los espectaculares tesoros que se encontraban en su interior, como cuentas de oro, reliquias de bronce, sellos cilíndricos, instrumentos musicales y cerámicas, así como artefactos asociados con rituales de masas.
Mesopotamia y sus tumbas
Los misterios de las tumbas de Mesopotamia
El cementerio fue excavado por el arqueólogo británico Leonard Woolley en los años 20 y 30, lo que desafortunadamente provocó que muchas de las preciosas reliquias terminaran en el Museo Británico de Londres, en lugar de quedarse en su tierra natal. Solo un pequeño número de artefactos del cementerio se pueden encontrar en el Museo Nacional de Iraq en Bagdad, mientras que el resto se encuentran en el Museo de Arqueología y Antropología de la Universidad de Pennsylvania en Filadelfia.
Sacrificios misteriosos
Hace aproximadamente 5.000 años, los mesopotámicos sepultaron a dos niños de 12 años, un niño y una niña, y rodearon sus cuerpos delgados con cientos de puntas de lanza de bronce y lo que parece ser ocho sacrificios humanos, según un estudio reciente.
Los ocho sacrificios humanos fueron colocados justo afuera de la tumba, ubicada en el sitio de Basur Höyük en el sureste de Turquía, dijeron los investigadores. El equipo determinó la edad de seis de los sacrificios humanos y encontró que las víctimas tenían entre 11 y 20 años de edad.
1100 A. C - 146 A.C
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En la Grecia Antigua, un funeral era mucho más complejo que un enterramiento o una cremación del cuerpo. Se llevaban a cabo unos ritos que tenían la propiedad de ayudar al alma muerta en su tránsito del mundo de los vivos al mundo de los muertos. Del perfecto cumplimiento del ritual dependería la salvación del individuo, es decir, el alma no vagaría en una eterna angustia.
itos post-deposicionales de carácter inmediato
En el cementerio:
Se han hallado restos de sacrificios animales como ofrenda. Éstos eran quemados -que no cocinados- y se ha documentado en los llamados depósitos de ofrendas. Es decir, que no hacían un banquete en honor del difunto, sino que simplemente quemaban los cuerpos de los animales.
Fuera del cementerio:
Este punto es probablemente el que más difiere de nuestro rito actual, a excepción de los funerales, por ejemplo, estadounidenses. Tras el enterramiento propiamente dicho, tenía lugar el perideipnon, es decir, el banquete funerario. Se celebraba en la casa familiar y servía para unir a la comunidad ante el dolor y seguir honrando al difunto con la recitación de elegías entre otras cosas. Así mismo, los griegos sentían que el difunto estaba presente en el banquete entre ellos. Al igual que ocurría durante la exposición del cadáver, el agua también adquiría un papel relevante y los asistentes se bañaban como símbolo de purificación. Este banquete era el cierre del funeral que duraba tres días.
Una vez transcurridos treinta días de deceso tenía lugar un curioso rito llamado triakostia, en el que sobre la tumba ponían la parte de la basura generada en el banquete que habían celebrado tras el entierro. A esto se sumaba un último banquete, con el que se daba por finalizado el duelo.
29 A.c - 476 D.C
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En polvo romano te convertirás
Detalle del sepulcro de las Plañideras de la Necrópolis real de Sidón,mediados del IV a.C.
Al ciudadano romano, como a cualquier otro ser vivo terrenal, también le llegaba su hora. El sepelio de sus difuntos tenía ciertas peculiaridades.
Resulta curioso desde el presente, pero en el imaginario del imperio, los muertos seguían formando parte de la sociedad. Panteón romano a las afueras de la ciudad solían estar rodeados de jardines Mediante las exequias, recibían , eso sí, una nueva residencia o necrópolis.
A veces se optaba por incinerar el cadáver, en otras simplemente se inhumaba. El término funus definía el período dedicado a las honras fúnebres por el difunto, que comprendía desde el momento del fallecimiento hasta los últimos honores posteriores a su enterramiento. Sin embargo, los funerales podían desarrollarse de muy diversa forma en consonancia con la posición social del finado (es decir, del fallecido). Los soldados muertos en servicio, por ejemplo, eran enterrados de forma colectiva gracias a las contribuciones de sus compañeros. A los patricios les correspondía la ceremonia funus translaticum, mientras que a los nobles que habían contribuido al bien del estado gozaban del funeral funus publicum, que el tesoro público se encargaba de financiar. Caronte, el barquero transportaba a la otra orilla las almas de los muertos.
Los funerales se iniciaban cuando el pariente más próximo del difunto cerraba los ojos y la boca del mismo. Bajo la lengua le introducían una pequeña moneda de plata, el salvoconducto que debía abonar a Caronte, el barquero del Más Allá que transportaba a la otra orilla las almas de los muertos.
A continuación los presentes debían pronunciar reiteradas veces el nombre del fallecido (conclamatio) Después, comenzaban las lamentaciones, el lavado del cadáver y el correspondiente duelo que, al principio se desarrollaba durante tres días; luego se ampliaron a siete. El día en el que se celebraban los funerales, las máscaras de los antepasados ilustres soportadas por figurantes acompañaban al muerto. Sarcófago de las Plañideras. Necrópolis real de Sidón, cámara I. Data de mediados del IV a.C. La comitiva fúnebre cobraba un carácter teatral, ya que se simbolizaba como los antepasados acompañaban al finado con mimos que imitaban los gestos y ademanes del difunto.
476 D.C - 1492 D.C
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la muerte ocupó un lugar privilegiado en la estructura mental del hombre, pues generaba sentimientos de preocupación y miedo hacia lo que era desconocido. De esta forma, se desarrolló todo un sistema de creencias y comportamientos rituales para afrontarla, dar respuestas y contrarrestar la pérdida del ser querido.
La muerte era considerada como la separación del alma con respecto del cuerpo y el tránsito hacia una vida mejor, morir en el mundo terrenal para renacer en el mundo celestial. Sin embargo, pese a que esta visión “pura” (creada por la Iglesia) se mantuvo durante toda la Edad Media, en S.XIV se tendió hacia una más oscura y tétrica. Causada, por la consecución de trágicos acontecimientos, como: las fuertes hambrunas de 1316, la Guerra de los 100 años y sobre todo en 1348 la gran epidemia de la Peste Negra. A su vez, estos hechos provocaron un fuerte impacto en el hombre del Medievo, que empezó a desarrollar una visión y actitud profana de la muerte, frente a la visión oficial de la Iglesia que primó durante el S.XIII.
Por un lado, se encontraba el enfoque del alto clero, que estaba directamente ligado con la concepción dual que se tenía del cuerpo humano. El cual, estaba compuesto por el cuerpo, que era la prisión y el recipiente que contenía en su interior el sagrario, el alma. Así, siguiendo esta visión, existían dos tipos de muertes; la primera muerte /muerte natural del cuerpo y la segunda muerte/ muerte espiritual. Esta última era la más temida, puesto que era causada por la traición a Dios y suponía no poder acceder al mundo celestial, que era el fin último de la vida (peregrinación en un valle de lágrimas). “…La muerte es fin de una prisión sombría para las almas nobles, y amargura, para aquellos que viven en el fango…”
1453 D.C - 1789 D.C
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los gaditanos reflejaban en el rito del tránsito hacia la muerte, la fuerte influencia de la doctrina de la religión católica y por ende, la sacralización de la muerte, que es presentada como un tránsito hacia la vida eterna.
Concretamente esta dimensión trascendente, individual y social, también deja huella en los documentos, especialmente en los Testamentos, que siguen siendo una fuente fundamental para los estudios históricos.
En el testamento se reflejan las recomendaciones del «arte del buen morir» y así en su parte dispositiva quedan reflejadas las disposiciones espirituales, referidas al enterramiento, misas, y donativos piadosos, así como las materiales, legados y herederos.
Para el caso de Cádiz y otros distritos notariales de la provincia el Archivo no los tiene anteriores al siglo XVI, (como sí los hay en Jerez de la Frontera). De los 16.155 protocolos que se custodian en el Archivo Histórico Provincial se han catalogado más de 209.000 testamentos fechados entre los siglos XVI y XX. De entre ellos se expone uno de 1546 de la notaría de Sebastián Cebada, en la ciudad de Medina Sidonia. En él se observa como dentro de los planteamientos mentales del hombre del s. XVI, para abandonar este mundo en la paz y esperanza de la redención era necesario dejar estipuladas las disposiciones pertinentes para bien morir, ya que el legado testamentario se consideraba como un elemento reparador de las faltas cometidas en vida y por tanto como un medio propiciador de la salvación del difunto.
Asimismo, este mes se expone un Libro del Convento de mercedarios de Vejer de la Frontera (1686-1727) en que se muestra la «contabilidad» de misas, capellanías, etc. que poseían y que se custodia en este Archivo Histórico Provincial procedente de los fondos de Desamortización.
1519 D.C - 1521 D.C
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En las creencias de los mexicas, ya se contemplaba una continuación después de la muerte, en donde el alma tenía que seguir una misión y el cuerpo debía retornar a al lugar que le otorgó la oportunidad de vivir en la tierra.
En México, las ceremonias rituales dedicadas a los muertos se practican, desde antes de la llegada de los españoles a tierras mesoamericanas, el culto data por lo menos desde 1800 antes de nuestra era.
Al morir se aseguraba la vida sobre la tierra y se contribuía al equilibrio en el universo, para ellos, la vida y la muerte forman un círculo siendo el antecedente uno del otro, formando un culto o prácticas religiosas, en donde encontraban un claro sentido último de vida.
1521 D.C - 2010 D.C
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México no sólo es tradición que nos lleva a celebrar la muerte vistiéndola de catrina o degustándola en alfeñiques, es un tema de inspiración para todas las manifestaciones artísticas, pero también es tragedia que nos siembra un miedo completamente racional.
Sobre ello, el doctor Fernando Plascencia Martínez, profesor investigador del Departamento de Sociología explica que en nuestra tradición simbólicamente negamos a la muerte, los ritos para dar sepultura y despedir a las personas, son actos que aminoran el dolor. Hay que tener presente que la única muerte social es el olvido, de ahí que la conmemoración del Día de Muertos sea la negación simbólica de la muerte. “Si no simbolizáramos a la muerte y no la hiciéramos amable, nos volveríamos locos, porque la única certeza que tenemos en la vida es que vamos a morir; por eso la llenamos de sentido. Incluso en México nos burlamos de ella, pues al ridiculizarla se contribuye a temerle menos”. También afirma que el arte es una exploración que permite poner sentido a lo que racionalmente no lo tiene, ya que a lo desconocido tratamos de trascenderlo con símbolos. “El arte se constituye así como una metáfora grandísima en torno a la muerte para usar aquellas imágenes que sí conocemos, separarnos de nuestra cotidianidad y acceder al arte, que no es cotidiano, para introducirnos en la muerte y darle una trascendencia que vaya más allá de lo cotidiano”. Y en este contexto, asegura, el Museo Nacional de la Muerte cumple con esa función, al igual que los grabados de José Guadalupe Posada, que popularizan la muerte; por ejemplo, sus calaveras dominan el terror a la muerte y se burlan de Don Porfirio Díaz, lo que ayudó a minar su poder. Por otra parte, la muerte no tiene sentido, y si la tratamos racionalmente, menos sentido tiene, por eso produce angustia. El académico hace referencia a las últimas muertes en México, que derivan de las competencias sin reglas del Narco por el espacio, donde apremia el dinero y se busca conseguirlo de cualquier modo (tráfico de órganos) porque el comercio de las drogas ya no es suficiente; “esto produce guerras absurdas con daños colaterales y produciendo muchos muertos, al igual que una angustia sistemática, un miedo muy racional”. Algunos especialistas colocan la negación de la muerte como una función biológica, sin embargo, Plascencia Martínez comenta que ésta no es tanto biológica sino cultural, es fundamental y una forma de catarsis. “Es sanísimo celebrar y burlarnos de la muerte”. Por lo que sólo nos queda reflexionar a partir de las muy mexicanas tradiciones del Día de Muertos, que la vida tiene sentido porque algún día nos vamos a morir, por eso no hay que dejar pasar lo que tenemos y queremos hacer”.
1789 D.C - 2010 D.C
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La muerte ha sido la compañera del hombre en su caminar biográfico y, en distintas épocas, como también en distintas culturas, se ha palpado cómo se afronta la experiencia de la muerte, cómo se puede conocer a través de los ritos y costumbres que la han acompañado.
La experiencia del morir es particularmente humana: mientras que en algunos animales
existen conductas innatas para morir; en el hombre sus actitudes, comportamientos y significados han sido aprendidos culturalmente. En un momento, la muerte ha sido vista como un hecho natural e inevitable, otras como un enemigo al que hay que vencer. En las sepulturas encontradas en Europa, pertenecientes al hombre de Neandertal, se hallaron utensilios, de ahí se dedujo que se pensaba que en la otra vida tendrían necesidad de ellos para seguir con actividades como comer o trabajar. Se veneraban los restos humanos, los grupos humanos han presentado diversos ritos que muestran esta creencia: tumbas, mausoleos, rituales de compañía o de despedida, objetos, pinturas, esculturas. Con el paso del tiempo la muerte adquiere una dimensión de experiencia meditativa o de introspección. La vida debía ser una preparación para la eternidad. La muerte continúa considerándose como una intervención deliberada de Dios y así se conceptualizó durante la Edad Media: dramatizada en el momento de la agonía, donde se alude la batalla espiritual entre ángeles y demonios, disputándose el alma del que va a morir. De aquí el termino del “bien morir” refiriéndose a morir en gracia (“Que Dios nos encuentre confesados”), hablando del momento en que la muerte llegaría, como un ladrón sin avisar. La muerte ocupaba un lugar muy importante. Durante el Romanticismo, época en la que se exaltaban por igual las pasiones violentas y desbordadas, se tiene una visión más dramática aún de la muerte: aparecieron las escenas de dolor frente a la muerte del otro, del ser amado, la tragedia. La muerte parece perder la conexión con el mal, aunque no desaparece la relación de ésta con el pecado. El concepto de la muerte ha ido cambiando y se manifiesta en el espacio que ahora se le da a la muerte, en cuanto el lugar en donde se muere, la forma de convivir con ella y los espacios sociales para los ritos funerarios.