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8000 b.C - 5000 a.C
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En la Antigüedad clásica las minusvalías físicas, psíquicas y sociales se nos presentan con dos visiones y planteamientos diferentes. Una primera será fruto de la concepción demonológica, maléfica o mítica que presidió buena parte de las culturas ancestrales. En ellas, el mal, la miseria, la enfermedad y todo aquello que escapaba a la libertad humana tenía un origen profético, diabólico, mítico... Frente a ello, la terapia de sortilegios, conjuros, magia, encantamiento, hechicería... cuando no el abandono, el desprecio o aniquilación del débil, minusválido o deficiente se presentaba como alternativa y solución de problemas.
Un segundo enfoque, más científico y natural, entenderá las deficiencias como patologías internas del organismo. Médicos-filósofos, padres de lo que más tarde se ha llamado naturalismo psiquiátrico, se harán eco de esta visión e intentarán arrancar las deficiencias y enfermedades de las culpas, los hados y voluntad de los dioses. Sus esfuerzos y resultados marcaron la ciencia de una época y señalaron el camino a seguir.
2850 b.C. - 0 b.C.
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Los egipcios eran un pueblo eminentemente teocrático. El arte, la ciencia, la cultura y la vida entera están en el antiguo Egipto penetradas de un sentido religioso trascendente. Una de las notas más significativas de esa religiosidad será precisamente la idea de inmortalidad. El hombre puede participar de la inmortalidad de los dioses; pero esta inmortalidad se halla muy ligada a la conservación del cuerpo.
En la cultura egipcia el ideal de vida es el más allá, la trascendencia, algo que se gana tras pasar el veredicto del Tribunal de los muertos, presidido por Osiris. Éste examina al difunto y le interroga sobre un código ético sumamente simple. El difunto confiesa sus culpas y finalmente suplica el perdón de Osiris.
Esta actitud de complacencia con los dioses llevó a una actitud ética que favoreció la comprensión de las minusvalías físicas y psíquicas en un cierto grado. Aun cuando existen indicios de que se practicaban sacrificios humanos en la civilización egipcia arcaica, apenas existen pruebas de infanticidios o de cualquier género de malos tratos infligidos a los niños. Aristóteles escribió explícitamente que las mujeres egipcias concebían muchos hijos, y que todos los niños nacidos a la vida eran bien atendidos. Es interesante señalar que los padres que daban muerte a sus hijos no eran ejecutados; se les condenaba a acunar sin descanso entre sus brazos a las víctimas, para que saboreasen “el amargo fruto del horror y el remordimiento”. La atención que recibían los niños y adultos deformes queda documentada por uno de los tesoros artísticos descubiertos en la tumba de Tutankamón: un barco funerario con una enana acondroplásica en la popa (Scheerenberger, 1984:14).
1700 b.C. - 560 b.C
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Participaba de los efectos de una cultura teocrática, fuertemente escrupulosa, mágica y exotérica donde la libertad personal estaba determinada por los pecados individuales y sociales (Holmo, 1995).
Toda terapia del mal debía comenzar con el shurpu, ritual babilónico que examinaba el origen del mal. Se trataba de un interrogatorio que los sacerdotes o magos-médicos realizaban al enfermo para averiguar la causa de sus males.
La medicina estaba entroncada con la magia y la religión. Su fin último era rehabilitar al individuo y reconciliarlo con el mundo trascendente. La terapia era esencialmente una auténtica psicoterapia: el paciente debía convencerse que sus males y sufrimientos eran consecuencia del pecado. Aceptada la culpa se producía un primer efecto liberador: se conocía el origen del mal. A continuación venía la terapia médica que se planteaba en un plano dialéctico entre dioses y demonios. El más importante de todos los dioses era Ninurta que, con su esposa Gula, se encargaba de diagnosticar la enfermedad y de acudir al dios particular encargado de sanar la enfermedad. Su símbolo era la serpiente. Existía también el demonio maligno, la reina de la brujería y la oscuridad. Para contrarrestarlo se empleaban drogas y sobretodo encantamientos y magia.
1300 b.C. - 476 b.C.
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Hay contrastes en el que caben desde el rechazo más acusado por el desvalido hasta el proteccionismo más activo. "El hombre para el hombre es algo sagrado" y "el niño merece el máximo respeto".
Paralelamente a estos principios, existen sombras tupidas sobre el valor humanista de la cultura romana. La crueldad con el desvalido, el infanticidio de niños recién nacidos, los abortos, etc., fueron moneda de cambio habitual de la sociedad romana. Séneca defiende el infanticidio de los disminuidos, equiparándolos con los animales.
Todas estas posturas, aunque estaban socialmente aceptadas, no dejaban de ser polémicas.
Paralelamente a estas situaciones debe destacarse también la figura del paterfamilias. Su poder casi no tenía límites en el Derecho romano. La patria potestas comprendía facultades como el derecho de vida y muerte de los propios hijos, a los que podía vender como esclavos en territorio extranjero. El paterfamilias también podía responsabilizar a sus hijos de sus propios actos delictivos, cuando como padre no quería asumir las consecuencias de los mismos.
El derecho a exponer al hijo recién nacido facultaba al padre a abandonarlo con cualquier pretexto. En estos casos los niños eran depositados ante la columna lactaria, o en los estercoleros públicos, donde podían ser recogidos por cualquiera o morían de frío, de hambre o eran devorados por animales. Era el destino de gran número de niñas y especialmente de los bastardos.
En el siglo IV d.C., con la influencia del cristianismo, la situación cambió considerablemente. De entrada, el niño no nato tenía alma; los impedidos, débiles y dolientes estaban más cerca de Dios; prestar ayuda al necesitado pasó a ser signo de fortaleza en lugar de debilidad. Todo ello se tradujo en un corpus legislativo, que Justiniano (483-565 d.C.), compiló dando lugar a un cambio legal abiertamente favorable al disminuido. Dicha compilación preveía que las personas retrasadas mentales no debían sufrir las mismas penas que las demás y, en algunos casos, necesitarían custodios; ordenaba además la creación de instituciones para pobres y enfermos, destinadas a la asistencia de los individuos que no pudiesen valerse por sí mismos.
1200 b.C. - 146 b.C.
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En el mundo griego la sensibilidad por la enfermedad o infancia desvalida cambia considerablemente. La importancia y sublimación de la inteligencia, la armonía, la fuerza física y la belleza caló de tal manera que los defectos físicos o psíquicos llegaban a considerarse una lacra social. La mitología arroja luces al respecto. El dios Pan nació con piernas, cuernos y pelo de macho cabrío. Su madre lo aborreció nada más nacer y lo abandonó. Mercurio fue quien lo recogió, llevándolo al Olimpo y dando ocasión a todos los dioses para que estallaran en una olímpica carcajada. En este ejemplo se simboliza el sentimiento de frustración que suponía para la sociedad griega la manifestación de minusvalías físicas o psíquicas.
Para evitarlas, generaron un sistema proteccionista y terapéutico orientado a velar por la higiene mental y la salud corporal. En el período homérico Odiseo observa cómo el “hombre malo es el cobarde, estúpido o débil” (Durant, 1939:50). Platón nos dice en sus Leyes y en La República que los débiles y los retrasados mentales tenían escaso lugar en la sociedad.
Aristóteles escribió en su Política: “En cuanto al abandono y al cuidado de la prole, promúlguese la ley de que ningún niño deforme merecerá vivir”. Y para evitar deformidades, arbitra medidas matrimoniales parecidas a las de su maestro Platón: defensa del aborto en el caso de uniones maritales contrarias a las leyes, prohibición de procrear cuando el hombre tuviera 70 años y la mujer 50, prohibición de uniones maritales tempranas, etc.; la causa de todo ello era el peligro de la deformidad o debilidad infantil considerada una mancha para la República.
Con anterioridad a las utopías platónico-aristotélicas la vida de la Hélade vino representada por la cultura espartana. Esparta llevó a su máxima expresión la primera versión histórica del llamado Estado-educador. Se trata de una concepción pedagógica que otorga una clara primacía del Estado sobre la persona: el Estado constituye no sólo la suprema ley y es el fin último del individuo, sino que se erige en educador de todos los ciudadanos aptos.
Para hacer viable este modelo educativo los espartanos concibieron su educación al modo de la formación militar. La educación comenzaba con la presentación del recién nacido a la Lesca, que decidía si debía vivir o morir. “Nacido un hijo, si era bien formado y robusto, disponían que se le criase […]; más si le hallaban degenerado y monstruoso, mandaban llevarle a las llamadas apotetas o expositorios. Superado con éxito este paso, el niño era confiado a su madre para que comenzase la “crianza”, pero a los siete años, niños y niñas pasaban al cuidado directo de la polis. Comenzaba entonces la etapa de formación propiamente dicha, que duraba hasta los treinta años cuando el joven alcanzaba la condición de ciudadano con plena posesión de derechos políticos y civiles. En este proceso primaba sobremanera la educación militar y comunitaria basada sobre todo en la dureza, la disciplina, la fortaleza, ejercicios gimnásticos, etc. con escaso aprecio por la formación intelectual.
Sólo los más fuertes y brillantes ciudadanos estaban autorizados a tener hijos. Las perspectivas de llevar una vida feliz, entre los niños retrasados o débiles que sobreviviesen al dictamen inicial de la Lesca o consejo de ancianos, eran ciertamente escasas.
Esta actitud tiene frente a sí la figura de Hipócrates quien se esforzó por poner la medicina y la asistencia sanitaria en manos de los hombres, en lugar de los dioses; luchó contra el aura supersticiosa, casi mítica, que rodeaba a las enfermedades mentales y en concreto a la epilepsia. Finalmente, Hipócrates llevó la práctica de la medicina a sus más altas cotas éticas.
5000 a.C. - 15000 a.C
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La consideración de la infancia, del pobre y del disminuido físico y psíquico proyecta un comportamiento plural que entremezcla situaciones de entidad pedagógica, sanitaria y asistencial abiertamente positivas con comportamientos de abandono y desprecio notables por las minusvalías físicas y psíquicas.
La pedagogía patrística contribuyó a generar un optimismo pedagógico que se apoyaba en el optimismo de la fe y en la dignidad de la persona humana. Paralelamente el derecho romano cristianizado y la legislación canónica fueron creando un corpus legislativo que favorecía el cuidado y la protección de la infancia. Ya, el Tercer Concilio de Toledo, celebrado en el 529, establecía que los jueces y los obispos investigarán y castigarán a los padres que matasen a sus hijos “con las penas más severas, excepto la pena capital”. De igual modo, el Concilio de Braga, celebrado en el 572, establecía normas contra la práctica de abortos y filicidios de niños adulterinos. También, el Fuero Juzgo, establecía la pena de muerte o de ceguera a las madres que mataran a sus hijos antes o después de nacer, e imponía duras penas a los maridos que lo mandaren y a quienes abandonaran a los recién nacidos (Vives, 1963).
La atención y el cuidado por el pobre y el desvalido formará parte de las categorías más arraigadas y emblemáticas del mundo medieval. La Edad Media considerará que ser pobre es lo propio de la condición humana. La pobreza es algo positivo, nos acerca a Cristo, mueve a la caridad y con ello a la salvación. Ejercer la caridad con los más pobres, desdichados y desvalidos, la asistencia al enfermo, al vagabundo, al incapacitado y al infante abandonado. Fruto de todo ello será la fundación de numerosos asilos, casas de acogida, hospitales, etc (Mollat, 1988). Aunque, quizá, el referente más significativo sea Alfonso X El Sabio, quien con sus Partidas abrió un cauce de dignificación y protección jurídica que habría de marcar para España buena parte del devenir jurídico de sordos y ciegos.
Paralelamente la cultura medieval ofreció contrastes claramente antagónicos. Los infanticidios existieron en cantidades importantes, existió el aborto, el abandono infantil, masas ingentes de vagabundos, incapacitados físicos, etc. A todo este elenco intentaba proteger la caridad y la asistencia social de las numerosas cofradías y hospitales que surgieron a finales de la Edad Media. Sin embargo hubo un sector de desheredados de la fortuna que la cultura medieval no supo afrontar con visión positiva, fue el caso de ciertas enfermedades mentales y epilépticas, consideradas en muchos casos impuras, pecaminosas, diabólicas y despreciables.
A alimentar esta creencia contribuyeron sobremanera dos hechos de considerable trascendencia: el Decreto de Graciano y las prácticas de magia, hechicería y brujería que tanto marcaron el mundo medieval.
La magia y las prácticas de brujería, condenadas abiertamente por la Inquisición, y consideradas por muchos origen de minusvalías físicas o psíquicas. Todo ello generó cierta aversión y en muchos casos inclemencia por los epilépticos y retrasados mentales.
Una última contribución de esta época fue un precedente de reconocimiento legal de las personas mentalmente retrasadas. Este reconocimiento se gestó con Eduardo II de Inglaterra. La ley contemplaba asimismo la situación de los enfermos mentales. Con esta ley, la idiotez o idiocia se definía como la falta permanente de capacidad mental debido a un trastorno congénito, en tanto que el lunático era potencialmente susceptible de recuperar sus facultades.
A medida que el retraso mental legalmente era reconocido, es lógico que surgiesen algunos intentos de medir la inteligencia.
15000 a.C - 18000 a.C
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Los nuevos tiempos empezarán el edificio de la educación por el redescubrimiento del hombre como sujeto y principio de educación. Ahora la intimidad, el yo y la especificidad del sujeto empezarán a considerarse principios insoslayables de la nueva cultura. En cuanto a la naturaleza, se tratará sobre todo de perfeccionarla desde sus propias circunstancias individuales. Principio que abrirá unas posibilidades inusitadas para aquellos colectivos que hasta entonces no habían tenido acceso a la educación, tal es el caso de algunas minusvalías físicas, sociales y culturales.
Ejemplos pioneros serán los casos de Pedro Ponce de León (1520-1581) y Juan Pablo Bonet (1579-1633) que abrieron camino a la educación de sordomudos (Pérez De Urbel, 1973). Sus ideas resultaron todo un hito pedagógico y fueron seguidas por una pléyade importante de autores. Todos ellos hicieron posible que la educación de sordomudos tomara carta de naturaleza estable y se abriera paso en las emergentes políticas sociales y educativas de esa época. Un reflejo significativo es el caso español: en 1802 se abría la Real Escuela de Sordomudos de Madrid (Negrín Fajardo, 1982). Iniciativas parecidas pueden citarse para el caso de los ciegos.
Paralelamente a estas medidas, la modernidad se hizo eco del problema social y cultural de los pobres y de la infancia abandonada. La existencia de este sector, podía erradicarse y mitigarse. Se trataba de incentivar medidas legislativas, culturales y asistenciales que incorporasen al pobre, al desprotegido y al infante abandonado a los circuitos culturales y sociales.
El 17 de marzo de 1526 puede considerarse simbólicamente el punto de partida de la llamada educación social europea. En esa fecha, Luis Vives publicaba De Subventione Pauperum, considerado el tratado más acabado del programa humanista europeo sobre ayuda al pobre y necesitado. A partir de aquí se abrirá un nuevo campo para la educación social que tendrá en sucesivas medidas asistenciales y culturales: cofradías, casas de doctrinos, asilos, hospitales, orfanotrofios, etc. sus manifestaciones más significativas. En el caso español sería la llamada Ley Tavera de 1540 la que marcaría la atención asistencial al pobre y necesitado. A ella siguieron publicaciones y trabajos de notable trascendencia.
Todas estas medidas y disposiciones se enmarcaron y alimentaron en el contexto de una modernidad caracterizada por un replanteamiento de valores sociales, religiosos, antropológicos y metodológicos de considerable trascendencia. Entre las variables que pergeñaron ese replanteamiento cabe destacar, entre otras, las aportaciones realizadas por las reformas católica y protestante que, al considerar la fe un principio irrenunciable y universal, alimentado y mantenido por la educación, alentaron una labor social, humanista y pedagógica que alcanzaba a amplias capas sociales marginadas hasta entonces. De no menor trascendencia, aunque en otro orden de cosas, fueron los nuevos planteamientos científicos y metodológicos alumbrados por el mecanicismo moderno y sobre todo por el racionalismo empírico que asentaron no ya sólo una nueva ciencia sino un método pedagógico que hacía descansar todo progreso personal y cultural en la fuerza dinámica de la sensación y experimentación. A partir de entonces el aprendizaje tomo un sesgo empírico, sensista y paidocéntrico de tremendas consecuencias para la gestación, nacimiento y desarrollo de la Educación Especial. Su partero fue en gran medida el naturalismo filosófico y pedagógico de los siglos XVII y XVIII. Con el naturalismo se devaluó la cultura y pedagogía de la fe, del dogma, de la autoridad y de los valores tradicionales. El hombre y su experiencia se convertían en los principios validadores de la realidad, en los nuevos demiurgos del universo. La educación ya no se entenderá tanto como la asunción de valores externos, se rendirá pleitesía a la individualidad y personalidad del sujeto, y se tomará la sensación y experimentación como principios irreductibles de acción pedagógica (Redondo, 2001:467-501).
Todas estas ideas iban a tener una trascendencia considerable en el cultivo de la educación especial en general y en particular de la deficiencia mental. Su apuesta por una educación sensualista, natural, intuitiva y activa trataría especialmente de actualizar la propia naturaleza desde la realidad y posibilidades de cada sujeto. Una legitimación que derivó a favor de los deficientes mentales gracias al impulso de los descubrimientos médicos y al interés que en ello pusieron personalidades médico-pedagógicas. Con ellos, el tratamiento médico-pedagógico de la deficiencia mental dará un giro considerable: saldrá definitivamente del aura mítica, pecaminosa, mágica y asistencial que tradicionalmente lo había envuelto y se incorporará a categorías científicas, terapéuticas y pedagógicas (Scheerenberger, 1984:75-108).
18000 a.C. - 20000 a.C.
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